-Arturo Rojas Huerta-
Mucho
se habla de este valor, pero totalmente carente de significado, confundido con
un vago sentimiento de malestar ante la desgracia de los demás.
Para que
la solidaridad conduzca al desarrollo de los pueblos y al conjunto de hombres,
debe ser verdadera, evidente, activa, perseverante, constante... porque la
solidaridad es entrega, absolutamente opuesta al deseo egoísta que impide el
verdadero desarrollo.
La
solidaridad primero se debe practicar en la familia, luego en la comunidad, más
tarde en la sociedad. El desarrollo y el bien de todos es también el mío y de
cada uno.
La
solidaridad es unión, mientras que el egoísmo es aislamiento. La solidaridad
favorece el desarrollo; el egoísmo, la pobreza.
También
aprovecha los bienes, los distribuye, los comparte, los multiplica; mientras
que el egoísmo los corrompe, los hace estériles, los pervierte para hacerlos
plataformas de podredumbre, de riquezas desbordantes de inutilidad y vergüenza.
La
solidaridad es parte de nosotros porque está en la naturaleza misma del ser
humano y se relaciona directamente con su también naturalísima tendencia
social.
Por lo
tanto podemos decir que las personas que se oponen a la solidaridad son —no
sólo negativas—, sino también antinaturales; son señales patológicas en una
persona que no reconoce la dignidad de la persona humana ni se ha dado cuenta
—ciego de ambición—, de que todos somos verdaderamente responsables de todos.
Así como
la solidaridad nos humaniza; la falta de ella nos pervierte, nos aleja y nos
hace negar hasta nuestra propia naturaleza humana.
La falta
de práctica de la solidaridad se evidencia en todos los ámbitos de la sociedad
y más aún en la clase política; siempre tratando de anteponer sus intereses a
los del pueblo, enfermos de ambición, egoísmo, perfidia buscan como
beneficiarse y acomodarse mejor.
Practiquemos
la solidaridad y no lo dejemos sólo para los estrados o discursos, que así
todos saldremos adelante.
Publicado en La prensa, el 10 de febrero de 2010
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